'En el templo del cine -escribió alguna vez Godard- hay imágenes, luz y realidad. Paradjanov es el principal guardián de ese templo'. Hay una leyenda y un gesto de Serguei Paradjabov (1924-1990) que se volvieron identificables: el artista sometido y martirizado por el poder tiránico del gobierno, pero también en el enigma de un universo absolutamente personal que se halla instalado en el cruce de culturas del Cáucaso. Esa poética, particularmente proclive a las correspondencias secretas y a los presagios, se hace deudora de la pantomima, el teatro arcaico, el mimo y la tradición oral. Genera una estructura fascinante que está atravesada por la lógica coreográfica y alegórica, por las actuaciones musicales y las escenas danzadas. Por Bizancio y el Islam, las miniaturas orientales, el collage y los cuentos orientales. No hay repertorio formal y temático más rico y recóndito que el de Paradjanov, más singular que el de este georgiano de origen armenio: el ballet mecánico, el cuadro viviente, las marionetas. El gesto hierático en el retablo-mundo
